martes, 21 de septiembre de 2010

Yo estaba ahí, y fuí testigo de un vil asesinato


>Este relato recuerda la forma descarnada como fue atacada la más vieja Universidad del Nuevo Mundo, causando esta acción la muerte de la mártir Sagrario Ercira Díaz. La idea es rememorar el acontecimiento tal como lo percibimos y lo recordamos. No es un documento histórico ni mucho menos, es solo una remembranza, la recreación de un hecho trágico.

Por Emiliano Reyes Espejo

Estuve ahí, vi y sufrí lleno de miedo y espanto, el brutal crimen. Habíamos muchos llenos de horror, sintiendo sortear sobre nuestras cabezas la guadaña de la muerte. Corríamos en todas direcciones llenos de pánico. Esas imágenes están frescas en mi mente, han vivido conmigo 36 años aferradas a un tormentoso silencio. Yo escuchaba, en medio de estruendosos estallidos de bombas y silbidos de tiros de ametralladoras y modernos fusiles, una voz que ordenaba, como ángel salvador: -¡A la rectoría, compañeros! ¡A la rectoría!

Apenas ese día había acudido a inscribirme en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) para cursar estudios de comunicación. Venía de Tamayo y había cursado algunas materias en el Centro Universitario del Suroeste (CURSO) de Barahona. Aquí, en la sede del centro académico las cosas eran diferentes, eran más complejas y por eso busqué para que me orientara a Manolo, un compueblano que estudiaba ingeniería; me acerqué a él para que me ayude en la gestión de mi reinscripción.

La mañana estaba tranquila. Mientras esperábamos, lo típico, activistas estudiantiles comenzaron a vociferar: ¡compañeros, compañeros, nuestra universidad está siendo ocupada! ¡No seamos indiferentes, vamos a defender el fuero universitario! Comenzaron las consignas ¡Defendamos nuestra universidad; defendamos nuestra universidad! Seguimos indiferentes y Manolo, que no era muy afecto a los movimientos estudiantiles, se quejaba de que estos activistas comenzaran a agitar sin siquiera haber comenzado la docencia. Creíamos que era una protesta estudiantil más.

“Son unas partidas de vagos, vienen a perder el tiempo, uno viene de muy lejos a estudiar para perder el tiempo con protestas”, parecía rezongar Manolo. Yo, empero, que tenía experiencia en el movimiento estudiantil, observaba la forma agitada con que los activistas de los grupos Fragua, Felabel, FUSD y otros de la UASD trataban de convencernos de que saliéramos a defender el recinto universitario. Estaban latentes las luchas reivindicativas en el recinto universitario y la lucha revolucionaria a nivel del país.

A regañadientes Manolo asintió a que fuéramos a integrarnos a una ya larga fila de estudiantes que marchaba, ingenua y valerosa, cantando los himnos patrios…”Llegaron llenos de patriotismo, enarbolando su noble ideal y con su sangre noble…14 de Junio, gloriosa gesta nacional, su mártires están en el alma popular…”Quisqueyanos valientes alcemos, nuestro canto con viva emoción”…”

Los estudiantes marchábamos decididos a defender el sagrado recinto uasdiano, el fuero universitario desde la Alma Máter y avanzábamos, por los lados del Auditorio, hacia la zona de parqueo de las guaguas, al lado de la Facultad de Economía.

Marchamos a una inmolación

Sin darnos cuenta marchábamos hacia una segura inmolación. Entonábamos el himno de la gesta de abril cuando apareció el rector magnífico de la UASD, don Jottin Cury, y se hincó frente a la fila de estudiantes y comenzó a implorar: ¡Bachilleres, deténganse, esta es la lucha de la fuerza bruta contra la inteligencia! ¡Bachilleres!, ¡Bachilleres!....Los estudiantes continuábamos entonando el himno de la Guerra Patria, aquella que ha inmortalizado al ícono de nuestra dignidad Francisco Alberto Caamaño Deñó. La Guerra de Abril estaba entonces muy fresca en la mente de muchos dominicanos, especialmente del movimiento de izquierda y del frente estudiantil. La Guerra de Abril era el camino, Patria o Muerte, vencer o morir.

Las tropas policiales llegaban por diferentes flancos de la zona universitaria. Del lado donde yo estaba las veía avanzar y apuntar con sus armas detrás de las matas de coco y mango que habían en lo que era el parqueo de las guaguas que transportaban a los estudiantes.

Estruendosa bomba

Los policías que estaban apostados con metralletas y fusiles de guerra, hacían piruetas militares y saltaban de un árbol a otro, siempre detrás de los árboles, ubicados en posiciones de ataque. Los estudiantes apenas teníamos el canto ingenuo, la militancia en el honor y los valores patrios. ¡Bachilleres, bachilleres, detengan la marcha, esta es la lucha de la inteligencia contra la brutalidad, no le demos razones para que nos maten a todos!, insistía el rector Cury mientras intentaba detener la marcha de los estudiantes que avanzaba hacia donde estaban ubicadas las tropas policiales.

¡Es la lucha de la brutalidad contra la inteligencia, bachilleres! Esa frase me resuena en la conciencia, me hinca el corazón cuando me afloran estos tormentosos recuerdos.

Un joven, pero alto y fornido estudiante, evidentemente un líder estudiantil del que nunca llegué a saber su nombre, se paró frente a los estudiantes, junto al rector, le dio la razón a Cury y nos arengó para que retornáramos a la Alma Máter. Asentimos y comenzamos a regresar cantando el himno al 14 de Junio y el de la Guerra de Abril cuando estallaron estruendosas bombas, seguidas de tableteos de ametralladoras y fusiles.

En medio del “corre-corre” escuché la voz de aquel dirigente estudiantil que vociferaba: ¡a la rectoría, a la rectoría!

No sabía dónde estaba ubicada la oficina de la rectoría. Apenas había llegado a la capital. Me guié por la multitud de estudiantes que corría despavorida en una sola dirección, la puerta de entrada a la rectoría. Oía sórdidos impactos de balas en las columnas del edificio universitario. Mi ingenuidad nunca me llevó a pensar que la muerte rondaba mi cabeza. Seguía escuchando voces desesperadas de dirigentes estudiantiles que pedían a gritos que nos escudáramos en el edificio de la rectoría.

¡Tírense al piso, al piso!, decían a gritos estos dirigentes.

Nos tiramos al piso y avanzamos planchados al pavimento. Seguía escuchando golpes secos de balas que impactaban las columnas centrales (entre el edificio de la rectoría y el de la oficina de administración). El tiroteo y los estallidos de bombas no cesaban. Había participado en protestas estudiantiles en los que se hicieron disparos, pero nunca de la magnitud y agresividad de este acontecimiento.

Estaba allí, atrapado por una guerra fugaz, desigual, bárbara, en la que los tiros y bombas salían de un solo lado.

Un grupo de estudiantes hacíamos esfuerzos para alcanzar la puerta de entrada a la rectoría. Creo que entre esos estudiantes estaba la mártir universitaria Sagrado Ercira Díaz, víctima de aquella fuerza brutal.

Cuando visito el recinto universitario y observo el lugar donde cayó Sagrario, veo que estuve bien cerca de donde ésta fue impactada por una bala que perforó su cabeza. Mi carne se pone “de gallina”, un escalofrío recorre mi cuerpo y luces de recuerdos se asoman fugaces a mi memoria cuando veo aquel lugar, donde hoy se rinde homenaje a esta mártir estudiantil. Pude haber sido yo quien recibiera el impacto mortal de una de esas balas disparadas por mentes criminales a estudiantes indefensos. Pudieron ser cualquiera de los otros estudiantes que también intentaban llegar al edificio de la rectoría para guarecerse de la balacera.

Treinta y seis años después creo que Sagrario recibió el impacto de bala tratando también de llegar al edificio de la rectoría.

Cuando un grupo de estudiantes llegamos a las escaleras del edificio de rectoría y nos guarecimos allí, una bala impactó el aire acondicionado. Uno de los compañeros gritó que iba a estallar y raudo se paró a bajar el switch para que se descontinuara la alimentación eléctrica al artefacto. Otra bala impactó en la persiana del estrecho cuartucho donde estábamos y el estudiante que se paró a apagar el aire, cayó sin conocimiento sobre nosotros.

Todos comenzamos a llorar y a gritar que habían matado al compañero. Un rato después éste recuperó el conocimiento y comprobamos que no estaba herido, el impacto del tiro en la persiana parece que le dio un gran susto y perdió el conocimiento.

Todos dimos gracias a Dios de que este estudiante estuviera con vida. No nos imaginábamos, sin embargo, que fuera del edificio ya Sagrario yacía tirada en el pavimento, mortalmente herida.
No bien nos alegrábamos de que el compañero no tuviera herido cuando tropas policiales bajaban por la escalera, apuntándonos con sus mortíferos fusiles. El edificio de la rectoría ya estaba ocupado.

Nos obligaron a salir y nos llevaron a engrosar una larga fila de estudiantes y autoridades que habían apresados y que ubicaron frente a las oficinas administrativas de la UASD.

Las tropas policiales habían tomado “triunfantes” el recinto sagrado de la primera universidad de América.

Volví a encontrarme en la fila con Manolo. Lamentaba haber perdido uno del par de zapatos nuevos que su padre don Otilio acababa de enviarle desde Tamayo para que cursara su semestre universitario.

En la fila había muchos estudiantes y autoridades aturdidos, impotentes, aterrorizados. Nadie, creo, se imaginó que estas cosas estuvieran pasando, precisamente ese 4 de abril de 1972 cuando la Universidad estaba tranquila y los estudiantes agotábamos la inscripción para el próximo semestre. No entendíamos qué estaba ocurriendo.

En una de las largas filas vi un joven estudiante de Medicina que creo se llamaba Mauricio, él es de Paraíso o Enriquillo, de una de esas comunidades de Barahona. Estaba herido, al parecer de bala en un hombro y lo tenían, no obstante, haciendo fila. El periodista Bonaparte Gratreaux Piñeyro transmitía para Noti Tiempo de Radio Comercial y reclamaba, micrófono en manos, que a ese estudiante se le llevara a un médico. Gratreaux enfrentó a uno de los policías por este caso y un oficial que vio el encontronazo intervino y pidió que a “Mauricio” se le sacara de la fila y fuera llevado a un médico.

Momentos después observé que un policía traía apresado a Fulgencio Espinal, entonces uno de los principales dirigentes de la Federación Dominicana de Estudiantes (FED). Al parecer Espinal se había quedado oculto en alguna área del edificio de la rectoría y fue localizado por este agente.

Traslado al Palacio de la PN

En horas de la tarde, tras un largo rato en las filas en la UASD nos trasladaron al Palacio de la Policía Nacional. Allí observé cómo, con mucha dignidad, Tirso Mejía Ricart resistía montarse en la cama de un camión de la Policía. Alegaba su condición de autoridad universitaria, vice-rector del centro académico más viejo de América. A las tropas ocupantes nada le importó y obligó a esta respetable personalidad, a mi luego profesor de psicología, a subirse al camión.

Ya en el Palacio de la Policía nos amontonaron en el patio. En horas de la noche, agentes policiales comenzaron a llamar a entonces muy buscados dirigentes de izquierda que presumieron estaban entre los apresados.

¡Tácito Leopoldo Perdomo Robles, entrégate! ¡Plinio Matos Moquete, entrégate, de aquí no podrá salir! ¡Pin Montás, entrégate! ¡Felvio Rodríguez, entrégate!, etc.
Entre los que eran llamados vi al dirigente estudiantil Felvio Rodríguez, quien constantemente
cambiaba de camisa con otros estudiantes para ocultarse y querer evadir el apresamiento policial, lo que era imposible porque, al parecer, la policía tenía la situación bajo control, específicamente de la identidad de todos los dirigentes estudiantiles allí apresados. Si mal no recuerdo, Rodríguez llegó a cambiar camisa con el veterano periodista y ex director de El Siglo y del Listín Diario, ahora director de CDN Canal 37, Osvaldo Santana, que a la sazón estudiaba periodismo.

El ahora economista y ex director de la Superintendencia de Valores, Iván Rodríguez (Ivancito), fue llamado varias veces por los agentes policiales que al parecer sabían que allí estaba el entonces dirigente de Fragua.

¡Iván Rodríguez, entrégate!

“Aquí estoy, aquí estoy”, escuché que dijo con gallardía el dirigente estudiantil, quien se convenció de que no había escapatoria, que definitivamente estaba en manos de la policía.

Cuando terminó la depuración de los dirigentes estudiantiles e izquierdistas, comenzaron a llamar al resto de los estudiantes. Los más ingenuos creímos que era para soltarnos, que nos despacharían, pero no, también nos sometieron a chequeos en pequeños cuartos de un segundo o tercer piso del palacio policial.

Nos ponían en un pequeño cuarto a mirar fijamente a una pared donde posaba, solitaria, una foto a colores del presidente Joaquín Balaguer.

Una voz nos decía, desde un cuarto aledaño, que miráramos para el lado donde estaba la fotografía de Balaguer. Miré sin ningún empacho y me dijeron que está bien, que me retirara. Conmigo había un joven que trató siempre de no mirar la pared que nos indicaban. Sumió la cabeza sobre su pecho y por nada miraba a la pared que al parecer era de vidrio opaco. (Después supe que detrás de esa pared había “calieses” o agentes encubiertos que operaban en la UASD y eran los que reconocían a los dirigentes).

Un policía entró al pequeño cuarto y arremetió violentamente contra el joven, al tiempo que le espetaba: -“Mira, te dijeron que mire, tú sabes muy bien por qué no quiere mirar”, mientras le subía la cabeza halándole por los cabellos. Inmediatamente el agente comenzó a golpear sin piedad al estudiante, a quien llevaron arrastrado por un pasillo.

A mí me llevaron a un cuarto donde no cabía más nadie. Le dije al policía que no podía entrar allí, pero entonces éste me dijo: ¿Cómo que no? ¿Vamos a ver si no cabe?” y me dio un empujón que me llevó casi al centro de esta aglomeración humana. Solo escuchaba gritos y lamentos de otros compañeros allí apiñados y que atropellaba con mi cuerpo impulsado por el violento empujón."

Soltaron a un grupo en horas de la madrugada. Vaya problema para mí. No sabía caminar en la capital de día y mucho menos de noche. Acababa de llegar de mi pueblo, Tamayo. Inteligentemente los estudiantes formaron grupos que se trasladarían según el sector donde vivían.
Visualicé en uno de los grupos a “Quico Pa e’palo”, un empleado universitario de mi natal Tamayo y me asomé donde él, pero con tan mala suerte que éste iba para Los Mina y yo para La 17. No pude irme con ese grupo. Seguí a otros estudiantes, sin importar para donde fueran y ocurrió que se quedaron en Villa Consuelo.

Sin rumbo, sin conocer nadie a esa hora de la madrugada y sin saber a dónde ir, detuve a un carro del “concho” y le expliqué mi situación al chofer, quien asintió a llevarme, pero antes recorrió conmigo media capital recogiendo pasajeros.

Llegué a la casa de mi hermana Australia, casi asomándose el sol. Cuando me oyeron llegar, tanto ella como mis sobrinos comenzaron a llorar, me hacían “entre los muertos de la UASD”. Había mucha confusión y para la población el ataque policial había causado muchas bajas estudiantiles.

Al otro día, después de dormir un rato, supe la infausta noticia de que Sagrario había sido mortalmente herida y desde entonces medito y pienso que estuve ahí, que fui testigo de este brutal e innecesario crimen.
El alegato del gobierno de Balaguer, de las Fuerzas Armadas y de la Policía entonces, era que buscaban a Tácito Leopoldo Perdomo Robles, quien a la sazón, se supo después, estaba ese día y a esa hora en un negocio de la zona colonial, ajeno a la tragedia universitaria y tal vez asombrado de saber que era un perseguido de la policía.

Yo estaba ahí y fui testigo involuntario de un crimen que no debió ocurrir y que no olvidaré jamás (ereprensa@gmail.com).

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